La vida según Eleanor Oliphant
Roca Editorial -
«Eleanor es gruñona, recalcitrante, intransigente, antipática y criticona, una persona rarísima que Gail Honeyman va descifrando despacio con la complicidad del lector que, sin apenas darse cuenta de cómo ni por qué, acaba queriéndola. Porque Eleanor es, sobre todo, un personaje conmovedor por su fuerza y su fragilidad, por considerarse una persona con suerte por haber sobrevivido al horror, por pensar que es afortunada por haber salido adelante; por ser capaz de reconocer y sentir amor pese a todo el tejido cicatrizado de su corazón.»
Nos encanta como define Mónica Gutiérrez a Eleanor Oliphant en su reseña, porque Eleanor es así. Es, sobre todo, una heroína fabulosa. Es entrañable y especial porque su forma de ver el mundo también es entrañable y especial. Aunque también muy dura. Gail Honeyman ha escrito un relato complejo, de disfrute asegurado, pero lleno de matices. En este post os hablamos de Eleanor como un personaje excéntrico, una mezcla de Amélie, Monica Geller o Cristina Yang, y hoy queremos presentárosla a través de sus propios pensamientos. La vida según Eleanor Oliphant a partir de sus reflexiones en la novela.
Sin duda, la soledad es una de las características más destacadas de Eleanor. A veces la acepta, a veces no tanto, a veces se avergüenza y a veces la disfruta. Por eso, muy unido a la soledad está su bienestar. ¿Eleanor Oliphant está perfectamente? Si se lo preguntáramos, seguramente nos contestaría algo así:
«Si alguien te pregunta cómo estás, en teoría tienes que decir sin más "bien". No esperan que digas que anoche te quedaste dormida llorando porque llevabas dos días seguidos sin hablar con otra persona. "Bien" es lo que se espera de ti. [...] Hoy en día la soledad es el nuevo cáncer: algo vergonzoso, bochornoso, que tú misma te infringes si bien de un modo poco claro. Algo temible e incurable, tan espantoso que no te atreves a mencionar; la gente no quiere oír la palabra en voz alta, por miedo a verse también infectada, o a tentar a la suerte y que caiga sobre ellos un horror similar.»
Sin embargo, Eleanor Oliphant también es muy sincera. Es directa y mordaz. En su complejidad también están las manías, las rutinas y las exigencias. Consigo misma y con los demás. Por ejemplo, ni hablar de llegar tarde a una cita.
«La impuntualidad me parece de una mala educación insoportable; es una falta de respeto absoluta que implica a las claras que te consideras, a ti y a tu tiempo, mucho más valioso que la otra persona.»
De ahí su frustración con los demás y con el mundo en general. De ahí también su dolor y desesperación.
«¿Por qué me había permitido pensar que podía tener una vida normal, feliz y agradable, como otra gente? [...] La respuesta me apuñaló: mamá. Quería que mamá me quisiera. Llevaba mucho tiempo sola y necesitaba a alguien a mi lado que me ayudase a lidiar con mamá. ¿Por qué no había nadie, fuera quien fuese, para ayudarme a lidiar con mamá?»
Pero no todo es dolor en el relato de Eleanor Oliphant. ¡Al contrario! Es tan sufridora como divertida. ¿Quién más podría llegar a una conclusión como esta?
«Siempre que no tengo claro cuál es el mejor curso de acción, me pregunto: "¿Qué haría un hurón?" o "¿Cómo respondería una salamandra ante esta situación?". Y siempre sin falta, encuentro la respuesta correcta.»
Humor a parte, el arma de Eleanor para salir adelante es el orden y la rutina. Se levanta, desayuna gachas, espera el autobús, va al trabajo, come leyendo el periódico, vuelve a casa también en autobús y cena pasta. Así todos los días. Menos los miércoles, que habla con su madre, y los viernes, que pasa a comprarse una pizza y alcohol para sobrevivir al fin de semana. Tiene dos pijamas iguales, para tener uno cuando lava el otro. ¿Para qué va a tener más? ¿Para qué hacer cosas distintas cada día?
Así es la vida de Eleanor, pero solo es cuestión de tiempo que un día se anime a romper la rutina, aunque solo sea por intentar ir andando al trabajo en lugar de esperar el autobús.
«Me sentó bien salir a pesar del viento que hacía, y decidí ir andando en vez de en autobús, para disfrutar de lo que quedaba de sol. Muchos tuvieron la misma idea. Me agradó formar parte del gentío y me recreé codeándome con los demás. Eché una moneda de veinte peniques en el vaso de papel de un hombre que estaba sentado en la acera con un perro muy bonito. Me compré un donut de tofe en un Greggs y me lo comí de camino. Le sonreí a un bebé de una fealdad espectacular que blandía un puño hacia mí desde un carrito muy historiado. Era bueno fijarse en los detalles. Pequeñas rendijas de vida: todas sumaban y te ayudaban a sentir que tú también podías ser un fragmento, un trocito de humanidad que ocupaba un espacio con un fin, aunque fuese mínimo.»
No nos cansamos de repetirlo, Eleanor Oliphant está perfectamente es buena lectura asegurada. Y puedes empezar a leer los primeros capítulos entrando aquí.
¡Feliz lectura!